Criar a un hijo no
es fácil, educar a un niño tampoco. Cuando no se hace bien las consecuencias
son niños malcriados con un carácter horrible, sin capacidad para gestionar sus
emociones y, en general, maleducados.
Cuando hablamos de
niños malcriados o maleducados debemos centrar la atención en las personas
encargadas de su educación y su crianza, no en el niño en sí. Los niños son
lienzos en blanco y van dibujando sus personalidades, hábitos, gustos y
creencias en base a las decisiones que van tomando los adultos
responsables de su educación y crianza.
Muchas veces, y
con la mejor de las intenciones siempre, cometemos errores en la educación de
los niños que tienen consecuencias claras en su crianza. Es decir, nos autosaboteamos sin
darnos cuenta y mandamos señales contradictorias al niño que, ante las
distintas señales, acaba hecho un lío y, como consecuencia, actúa como le
apetece, sin tener una guía de comportamiento por sentir que ha carecido
de ella; pese a que nosotros considerábamos que habíamos sido claros con la
forma de actuar que esperábamos o queríamos de él.
Los niños pueden
ser más o menos activos, con ideas más o menos ingeniosas, más o menos
inteligentes pero, en general, un niño sano lo es todo y nada a la vez y es
labor de padre el encauzar su energía de la manera adecuada, dotarlo de
herramientas que le permitan gestionar sus emociones, así como una guiar su
comportamiento.
Sin embargo,
cuando vemos un niño que pega, contesta o se pasa el día entero molestando a
sus hermanos, amigos, padres… no nos damos cuenta de que el problema es de
base, de la base educativa del pequeño, y que de poco sirve una regaño puntual
si no se ataca el problema desde la raíz.
Es normal cometer
errores, no somos máquinas perfectas y debemos adaptar la forma de educar a la
personalidad de cada hijo, por lo que de entrada sabemos que
irremediablemente, nos vamos a equivocar en muchas cosas. Pero al final,
lo que debemos tener en cuenta siempre es la necesidad de aplicar, con
disciplina y coherencia, normas y estrategias educativas, evitando caer en
errores comunes como los que os detallamos a continuación.
No regañes en público
Siempre hay que
llamar la atención en el momento si estamos ante una situación de peligro, como
cuando van corriendo por la calle sin mirar o empujan a otro niño hacia la
carretera sin darse cuenta del peligro que conlleva. Sin embargo, hay que
evitar regañar o disciplinar al niño delante de la gente. Cuando lo
haces, ellos están más centrados en las personas de alrededor que pueden estar
escuchando el regaño que en lo que les estás tratando de enseñar.
Cuando haya que
llamar la atención al niño deberemos hacerlo en privado, en un sitio donde
podamos hablar de lo que ha pasado sin que nadie distraiga o
interrumpa. Si no podemos encontrar un lugar adecuado en el momento, entonces
es mejor que brevemente les llamemos la atención, y decirle que hablaremos
después en casa. Y hacerlo, nunca olvidar que hemos dicho que lo hablaríamos
más tarde.
No escatimes con las instrucciones
Le has dicho un
millón de veces que no deje su chaqueta tirada en el suelo, así que ¿por qué
sigue haciéndolo? Lo creas o no, probablemente no comprenda
realmente lo que le estás pidiendo, después de todo, cuando le
pides que se “comporte bien” implica diferentes cosas dependiendo de si estamos
en el parque, en el cine, cenando, en casa de los abuelos o en la de algún
amigo. Por eso debemos hacer las instrucciones lo más específicas posibles,
dile lo que debe hacer o lo que esperas que haga, por ejemplo; “Por favor,
cuelga tu chaqueta en el closet cuando llegues a casa”, en lugar de lo que no
quieres que haga: ‘no tires tus cosas al suelo”.
Sobornar al niño para evitar rabietas o
conseguir algo rápidamente
Puede que te
sientas tentado, de vez en cuando, con sobornar a tu hijo para cortar una rabieta
o para que haga algo con rapidez. Esta estrategia funciona en el momento pero
tiene consecuencias a largo plazo porque lo que estás haciendo es premiar un
mal comportamiento, así que luego no te sorprendas si tiene rabietas
simplemente para conseguir lo que quiere.
Los niños
necesitan darse cuenta de que comportarse bien, ya sea esperar pacientemente en
una cola del supermercado o ser amable con un amigo o hermano, no tiene un
premio, sino que simplemente así es como se espera que se porten.
Desatender el hambre y la alimentación
del niño
No puedes esperar
que el niño se comporte bien si tiene hambre, “nadie puede”.
El hambre
dificulta la concentración y hace que los niños se porten peor. Los niños
necesitan alimentarse bien para poder centrarse y escuchar. Por eso si ves que
se porta mal es mejor que actúes de la siguiente manera: “He visto que le has
quitado de las manos el juguete a tu hermano. Tienes hambre, ¿no es así?
Hablaremos de lo que has hecho después de tomar la merienda”.
Esto es aplicable
también cuando el niño tiene sueño (o cuando te pasa a ti, con hambre o sueño
podemos excedernos o actuar con impaciencia con el niño).
Dar discursos y argumentos demasiado
largos
Por supuesto que
debes explicar a tu hijo el porque derramar agua sobre el perro ha estado mal
pero sus travesuras no
requieren de una conferencia de 40 minutos, además, probablemente te deje de
escuchar a las dos frases. En su lugar explica brevemente por qué empapar al
perro no ha estado bien y deja claro que no debe hacerlo de nuevo.
Volverse loco
Es difícil
mantenerse tranquilo cuando el niño acaba de tirar en inodoro tu reloj favorito
pero gritar elimina la posibilidad de llegar a tu hijo. Los niños
no pueden absorber lecciones cuando se les grita. Lo que se logra con ello
es que automáticamente bajan su “Reja Santa María” y no te escucha (se cierran
en banda), o se vuelven locos contigo y acaban también gritando. La mejor
opción es tratar de hablar siempre con tranquilidad ,explicando qué no nos ha
gustado lo que hizo y cómo te sientes ante ese hecho.
Tomarse las cosas como algo personal
Las razones para
actuar de los niños son múltiples y muy variadas, no tienen autocontrol y se
aprenden a base de poner a prueba los límites. Necesitan tu atención para su
desarrollo, no lo están haciendo porque no te quieran o no les gustes,
simplemente están explorando cómo conseguir lo que quieren o de qué manera, ya
sea esto cariño, helado o 5 minutos más de juego.
Si te tomas estas
cosas a lo personal no te saldrá ser cariñoso y esto tendrá consecuencias en tu
vínculo afectivo con él. Continúa dándole besos y abrazos pero hazle saber que,
de la misma manera que tú no faltas al respeto a tu hijo, no permitirás que él
te lo falte a ti.
Avergonzar o comparar al niño
Avergonzar al niño
o compararlo con sus hermanos u otros peques nunca es una práctica educativa
buena. Esto hace al niño sentirse resentido hacia el otro e impide que pueda
mejorar en su comportamiento. La disciplina se debe aplicar centrándonos
en lo que cada niño hace bien y no en comparar actitudes. Cuando lo
hacemos de esta manera los niños mejoran sus actitudes y aptitudes y se
relacionan con positivismo con los demás.
Sobrepasarse
Es fácil exagerar
cuando estás enfadado o decepcionado con tu hijo pero para que la disciplina
que aplicas sea efectiva el castigo o la consecuencia debe ser
proporcional a lo que hizo, y no al nivel de frustración que tú
sientes. Cuando te sobrepasas con el castigo impuesto no solo estás siendo
injusto sino que, además, presenta un desafío enorme llevarlos a cabo.
Para evitar castigos
exagerados es bueno establecer unas reglas en casa con consecuencias lógicas si
no se cumplen, así ellos sabrán qué pasará si las pasan por alto. Por ejemplo,
hazle saber a tu hijo que si no recoge su habitación cuando se le pide deberá
hacerlo siempre antes de ver su serie favorita en la tele.
Pasar cosas por
alto
Que las normas se
cumplan solo esporádicamente enseña a tu hijo que no es importante romperlas
porque no hay grandes consecuencias. La inconsistencia hace sentir al niño
que tu no estás a cargo, lo que les genera confusión. Si dejas que te dé
una patada por diversión cuando estás jugando con él esto le inducirá a pensar
que también lo puede hacer cuando se enfada. Evita caer en esta trampa
reconsiderando tus expectativas regularmente y cuando tu hijo no lo cumpla
hazle saber que te has dado cuenta y aplica la consecuencia acordada para que
entienda que todo acto tiene su consecuencia.
Tomado de Serpadres.es
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