domingo, 25 de octubre de 2015

Artículo: LOS ADOLESCENTES Y EL VALOR DE LA RESPONSABILIDAD


 “No ha sido culpa mía” es probablemente una de las frases que más dicen los adolescentes. Da igual que de lo que estemos hablando sea que hay que limpiar algo que se ha manchado, de que los hermanos se han peleado, de que algo se quedó sin recoger… “No es mí culpa” es la respuesta que nuestros adolescentes nos dan con mayor frecuencia.
Muchos padres y madres se sienten impotentes cada vez que la escuchan porque entienden que sus hijos son incapaces de responsabilizarse de sus actos.
Y eso es un problema, y grave, de cara a su futuro en el que obligatoriamente si quieren tener una buena vida deberán aprender a tomar responsabilidad.
Por eso es tan importante que enseñemos a nuestros adolescentes a hacerse responsables. Sólo hay un truco para ello: Hablar.
Debemos hablar con ellos, no bajar nunca la guardia, explicarles lo que es la responsabilidad y hacer que entiendan la importancia de asumirla. E igual de importante es enseñarles a huir del sentimiento de culpa que no es lo mismo que hacerse responsable.

¿Qué es responsabilizarse?
Responsabilizarse es asumir las consecuencias de los propios actos y las propias decisiones; ser capaz de tomar esas decisiones, emitir opiniones y llevar a cabo acciones por uno mismo y ser capaz de defenderlas.

¿Qué hacen los adolescentes para huir de su responsabilidad?
     Echar la culpa a los demás. La forma más frecuente de huir de la propia responsabilidad es echarle la culpa a los demás de lo que uno no ha hecho o no ha hecho bien. Es una tendencia muy humana porque de esa forma uno no se siente mal. Pero es una costumbre muy peligrosa porque si un adolescente piensa siempre que son los demás los que tienen la culpa de todo, incluso de lo que ellos mismos han hecho mal, se convertirán en personas en las que no se podrá confiar.

     No pensar en ello. Hay una frase de película que muestra a la perfección esta situación, cuando Scarlett O'Hara, en la película “Lo que el viento se llevó” hace algo que sabe que está mal su reflexión es “ya lo pensaré mañana”, lo que es lo mismo que decir que no volverá a pensar en ello porque no está dispuesta a asumir su responsabilidad. Esa también es una tendencia de los adolescentes cuando quieren evitar responsabilizarse, no pensar en ello.

¿Cómo evitar que hagan esto? o ¿Cómo hacer para que asuman responsabilidad y piensen en sus actos?
La única forma de evitar que le echen la culpa a los demás o que se nieguen a reflexionar sobre lo que han hecho mal es obligándoles a hacer justo lo contrario. Con paciencia infinita si es preciso, hay que conseguir que entiendan que echarle la culpa a los demás no sólo es un error sino una falsedad. Además de explicarles esto en forma general, lo más práctico es hacerlo cuando surgen situaciones concretas en las que el adolescente asegura que “no es culpa suya”.
Hay que desmontarles su negación, mediante la conversación. Es muy útil hacerlo con preguntas como: “¿de quién es la culpa entonces? ¿puedes explicarme exactamente por qué es la culpa de tal persona? ¿y tú actuación, fue correcta? ¿diferente a la de esa persona?... Y exactamente igual cuando se niegan a reflexionar sobre sus actuaciones.

El sentimiento de culpa NO es una asunción de responsabilidad
Sentimiento de culpa es cuando alguien se siente mal por algo que ha hecho o dicho. Cuando una persona se siente culpable se siente también mal consigo misma y tiene una perspectiva devaluada de su propia persona. Y esos sentimientos no ayudan en nada ni a la persona que los padece ni a las posibles víctimas de sus actos.
Sólo la culpa es una asunción negativa.
Sin embargo, responsabilizarse de los propios actos es también una asunción de lo que uno ha hecho mal pero es una asunción positiva. Uno no tiene porque sentirse devaluado por lo que ha hecho, asume que ha hecho algo mal y puede sentirse mal por ello pero entiende que es inevitable cometer algunos errores y tratará de solucionarlo.
La culpa hace que uno se sienta mal consigo mismo, la responsabilidad hace que uno se sienta mal con lo que no ha hecho bien.  Son sentimientos muy diferentes. El primero no suele tener consecuencias positivas para nadie y el segundo sí es una forma de asumir la propia vida e intentar que sea mejor.


Tomado y adaptado de about.com

domingo, 18 de octubre de 2015

Artículo: MODELANDO PARA TUS HIJOS EL VALOR DEL RESPETO


Todos los padres desean tener el respeto de sus hijos. Este es la base no sólo para las buenas relaciones, sino para poder darles a ellos la formación correcta. Y es que un hijo que respeta a sus padres, es uno que los escucha y sigue sus pautas; aquel que no los respeta, simplemente los ignora o los desoye. Sin embargo, con el corre-corre y la falta de tiempo tan comunes hoy día (además de las preocupaciones de sacar adelante un hogar), muchos padres sienten que no han logrado sentar las bases para establecer una relación de respeto con sus hijos. Aquí tienes las 5 claves indispensables para ello:

1. Respétalos
El respeto no es algo que podemos exigir; es algo que nos ganamos. Uno de los pasos más fundamentales es comenzar por respetar a tus hijos, no importa su edad. ¿Qué quiere decir esto? Que comprendes que ellos tienen problemas, preocupaciones e inquietudes de acuerdo a su edad; quizás a tí te resultan tontas o absurdas. Tal vez te causan risa. Pero no las tomes a la ligera. La mejor forma de lograr que otra persona se sienta respetada, es escuchándola con verdadera atención y respondiendo –con seriedad y sensibilidad– a sus preocupaciones. El monstruo debajo de la cama es una fantasía para tí… pero es real para tu hijo. Escúchalo y disipa sus temores con respeto y sensibilidad. Con tu actitud respetuosa le estarás modelando el comportamiento adecuado y él o ella te corresponderá. Los gritos, las amenazas, las frases humillantes, los apodos crueles y el sarcasmo no son herramientas disciplinarias; son armas tóxicas que acaban con la autoestima del pequeño y, lejos de inspirarle respeto por los mayores, muchas veces lo vuelven rebelde y desconfiado. Por otra parte, el castigo corporal sólo le enseña que cuando papá o mamá enfrentan un problema, no recurren al diálogo y a la razón, sino que lo “resuelven” a golpes, creando así un círculo de violencia.

2. Actúa con integridad
Si les dices a tus hijos que no digan malas palabras, no las digas tú; si les inculcas que robar es malo, no llegues a casa con un cargamento de suministros de la oficina. Los niños y los adolescentes escuchan todo lo que les dices, pero, aún más importante, presencian todo lo que haces. Cuando tus palabras no concuerdan con tus acciones, el mensaje que ellos captan es muy simple: podemos decir una cosa y hacer otra completamente diferente. Los más reflexivos llegan a la conclusión de que papá o mamá es hipócrita. Actuar con integridad quiere decir eso, precisamente, que lo que dices, opinas o expresas está integrado a tus acciones.

3. Sienta reglas y consecuencias claras y sé consistente
Si un día decir una mala palabra está bien y al otro, sólo porque sí, no lo está; si le quitas un privilegio cuando actuó mal y al poco tiempo levantas el castigo por lástima o porque te mejoró el humor; si la severidad de una reprimenda varía de acuerdo con tu estado de ánimo, el chico siente que vive en un terreno minado. ¡Todo es tan impredecible para ellos! Cuando las reglas –y las consecuencias por romperlas– son claras (“esto es lo que pasa si haces tal cosa”) y consistentes, los chicos saben a qué atenerse y cuentan con un módico de seguridad, pues saben qué pueden esperar de acuerdo con su actuación. De esta manera sienten que viven en un mundo racional y que están lidiando con personas lógicas. Esto los estimula a tomar decisiones responsables.

4. No muestres favoritismo
Quizás dices que quieres a todos tus hijos por igual, pero que te llevas mejor con el menor o que el mayor es más apegado a tí. De cualquier manera, esto no da licencia para darles a unos más que a otros de tu tiempo, tu atención o tu consentimiento. Esto les hará ver a tus hijos que eres una persona justa.

5. Recuerda: no se trata de que seas su amigo, sino su padre o su madre
Los jóvenes, aún los que se rebelan, necesitan sentir que hay un orden y una disciplina en el hogar; una estructura que los protege y los orienta, de la misma forma que un tren necesita rieles para avanzar. Cuando estableces las bases para una comunicación honesta y respetuosa con tus hijos, estás siendo más que un amigo: entonces eres un padre en quien los pequeños pueden confiar para sentirse amados y seguros.


Tomado y adaptado de About.com

lunes, 12 de octubre de 2015

Artículo: ENSEÑANDO A TUS HIJOS EL VALOR DE LA GRATITUD


Para enseñar a los niños a ser agradecidos y apreciar a sus padres, su familia y su entorno, debemos transformar el proceso de dar gracias en un acto diario.

Los niños pequeños aprenden mayoritariamente del ejemplo,  de lo que ven que hacen sus padres y maestros. Padres agradecidos y considerados criarán hijos agradecidos y considerados.

El agradecimiento es como una flor, para que crezca, hay que cultivarla.

Enseña a tus hijos a ver el mundo con ojos de gratitud de la siguiente forma:

• Dar gracias por la vida
El primer regalo que todos tenemos es el privilegio de podernos levantar otro día y simplemente vivir. Enseña a tus hijos a escuchar su propia respiración, y a tener conciencia de sus propios sentidos (“¿Qué ves con tus ojos? Usa tus oídos y dime qué escuchas. ¿Verdad que esta fruta está deliciosa?”). Así aprenderá a dar gracias a D-os y a uds sus padres por el inmenso regalo de la vida.

• Reconocer la bendición de tener una familia
Tú puedes transmitir tu propia alegría de ser mamá o papá e invitar a tus hijos a apreciar a cada miembro de la familia.
“Es maravilloso tener hermanos, aunque a veces nos sacan de quicio. Es algo especial contar con primos y tíos, y los abuelos son un tesoro.”
Tú puedes enseñar estas actitudes con tu propio ejemplo: si tú valoras y respetas a la familia en tu diario vivir y apartas tiempo para compartir con ellos, tus hijos aprenderán a sentirse afortunados de ser parte de una familia amorosa.

• Señalar las buenas acciones
En casa, cuando alguien es generoso y comparte sus cosas, su tiempo o su dinero, reconócelo públicamente.
“Hijo, gracias por prestar tu peluche favorito al bebé. ¡Mira qué feliz está!”
Oírte dar gracias les enseña a tus hijos que es valioso aportar lo que uno tiene, y se aprecian las acciones generosas.

• Identificar la riqueza que ellos tienen
Si pueden dar algo y ser generosos, entonces tienen motivos para sentirse ricos. Eso no tiene nada que ver con las cosas materiales. Una persona generosa da de la abundancia de su corazón, para enriquecer a los demás.
Por lo tanto, es afortunado porque puede aportar algo que los demás necesitan. Si tu hijo es generoso, además de merecer la gratitud de otros, debe sentirse agradecido porque tiene mucho que dar.

• Fijarse en lo que hacen todos por ayudar
En casa, crea el hábito de notar los esfuerzos cotidianos que nos hacen posible la vida familiar. “Gracias mamá por hacer la cena. Gracias hermano por tender tu cama. Gracias papá por acompañarme al juego de futbol.”
La gratitud consiste en fijarse en los detalles que crean un ambiente colaborativo en el hogar, y nombrarlos con aprecio, ya que esta colaboración nos proporciona riqueza. La familia que agradece el esfuerzo de todos disfrutará juntos los resultados.

• Enseñar el vocabulario de la gratitud
Haz el recordatorio,“Hijo, ¿cómo se dice?” cuando otro le sirve la comida, o alguien le ayuda a recoger algo que se le cayó, o tú misma le traes un detalle de la tienda. Los niños no nacen sabiendo decir “gracias”. Es un hábito que hay que practicar para aprenderse. Insiste en este hábito de cortesía en todas partes, para que tus hijos tengan la costumbre de siempre decir “gracias” cuando alguien les ayude o les obsequie algo.

• Dar gracias por la comida
Si va de acuerdo a las costumbres de tu casa, hagan el hábito juntos de dar gracias al comer. Es una forma de reconocer la bendición de tener lo suficiente para alimentarse, y una manera de respetar a las personas que se esforzaron por poner esta comida en la mesa. Poder sentarse en familia a comer juntos todos los días es un privilegio que se debe gozar conscientemente, dando gracias.

• Compartir con los menos afortunados
El otro lado de la moneda de la gratitud es compartir lo que tienes. Bajo tu liderazgo, tu familia puede buscar una forma de ayudar a personas necesitadas en tu comunidad.
Solidarizarse con otros que se benefician con el aporte de tu familia enseña a tus hijos a llevar la gratitud a otro nivel: son muy afortunados de poder ayudar a otros, quienes también se lo agradecerán.

• Celebrar las bendiciones
En la vida familiar, hay muchas ocasiones para celebrar: una boda, un Bat y Bar Mitzvah, las graduaciones, los cumpleaños, etc. Cada una de estas festividades es motivo de dar gracias y de reconocer lo afortunados que somos.
Con tu ejemplo, tus hijos aprenderán a disfrutar la vida buscando siempre el motivo de sentirse agradecidos.

Tomado y adaptado de about.com

lunes, 5 de octubre de 2015

Artículo: ¿PARA QUÉ SIRVEN LOS VALORES?


¿Qué son los valores?

Los valores son una guía para nuestro comportamiento diario. Son parte de nuestra identidad como personas, y nos orientan para actuar en la casa, en el trabajo, o en cualquier otro ámbito de nuestras vidas.

Nos indican el camino para conducirnos de una manera y no de otra, frente a deseos o impulsos, bien sea que estemos sólos o no. Nos sirven de brújula en todo momento para tener una actuación consistente en cualquier situación.

Por ejemplo, en un transporte público algunas personas ceden su puesto a una mujer embarazada y otras no. Los primeros creen en el valor de la cortesía y el de la consideración con otras personas, sean o no conocidas.

Entre los que no ceden el puesto es común encontrar niños (que aún no tienen este tipo de valor), o personas ancianas que valoran más (sin que les falte razón) su necesidad de estar sentados, o personas que simplemente valoran más su propia comodidad.

Así, los valores nos sirven de base y razón fundamental para lo que hacemos o dejamos de hacer, y son una causa para sentirnos bien con nuestras propias decisiones. Cuando actuamos guiados por valores actuamos por convicción.

La diferencia con otros comportamientos es que cuando creemos verdaderamente en una conducta que para nosotros representa un fundamento de vida, actuamos según esa creencia, sin que nos importe lo que digan los demás. Cuando practicamos la honestidad como principio, no nos apropiamos de cosas ajenas porque creemos en el respeto por la propiedad de otros y no porque nos estén vigilando.

Los valores nos ayudan a proceder según lo que consideramos que está bien o mal para nosotros mismos. En otras palabras, cuando actuamos guiados por valores lo hacemos sin esperar nada a cambio que no sea nuestra propia satisfacción y realización como individuos.

Esta satisfacción nos hace practicar nuestros principios y creencias en cualquier situación. Nos permite tener una personalidad consistente, independientemente del estado de ánimo o del lugar en el que nos encontremos.

Hay personas que no practican la bondad con desconocidos porque creen que no recibirán un justo agradecimiento o una recompensa. Sin embargo, aunque puedan ser bondadosos con personas que valoran más (como sus hijos, alumnos, empleados o compañeros de trabajo), no asumen esa bondad como un principio de vida.

Si nos interesa fomentar ciertos principios de conducta como padres, sólo la práctica consistente de esos valores nos ayuda a dar el ejemplo sobre el significado concreto que ellos tienen en términos de actuación.

Es importante estar consciente que para el bienestar de nuestra comunidad es necesario que existan normas compartidas que orienten el comportamiento de sus integrantes. De lo contrario, la comunidad no logra funcionar de manera satisfactoria para la mayoría.

Cuando sentimos que en la comunidad (familia, colegio, club, trabajo, cualquier otra instancia de relación con otras personas) y en la sociedad en general, hay fallas de funcionamiento, muchas veces se debe a la falta de valores compartidos, lo que se refleja en falta de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Por ejemplo, es difícil saber cómo enseñar a los hijos el valor “tolerancia”, si nuestros líderes insultan permanentemente a todos aquellos con quienes tienen diferencias de opinión.

Igualmente resulta cuesta arriba promover el valor “respeto” si hay padres que frente a situaciones complejas defienden sus decisiones argumentando: “Aquí se hace lo que yo digo” o “Las cosas son así porque sí”.

En términos prácticos para que una comunidad funcione bien, las personas que la integran se deben basar en ciertos principios que orienten permanentemente su forma de relacionarse, tanto en las buenas como en las malas.

 Si compartimos los valores que nos unen como comunidad, nos sentiremos bien, funcionaremos de manera adecuada en ella y por lo tanto,  nos producirá satisfacción y orgullo ser parte de la misma.


Tomado y adaptado de elvalordelosvalores.com