lunes, 29 de mayo de 2017

Artículo: NIÑOS MIMADOS, ADULTOS DÉBILES: LLEGA LA “GENERACIÓN BLANDITA”

¿Mimamos demasiado a nuestros hijos? Una nueva ola de expertos aboga por la necesidad de endurecer el carácter de los niños.
Hagamos una suma escolar: padres que llevan la mochila del niño hasta la puerta del colegio + padres que piden que no se premie a los mejores de la clase porque los demás pueden traumatizarse + padres que le hacen los deberes a los niños + padres que previamente han consultado en los grupos de Whatsapp qué tareas,  asignaciones o actividades tienen sus hijos + padres que defienden la postura de su hijo  en vez apoyar e impulsar que lo haga solo = niños blanditos, hiperprotegidos y poco resolutivos.
Cuenta Eva Millet, autora del libro Hiperpaternidad (Ed. Plataforma), que ya hay niños que, al caerse, no se levantan: esperan esa mano siempre atenta que tirará de ellos y los levantará.
El problema es tan notable que ciertos colegios ya  han empezado a tomar acciones y en algunos países, la formación del carácter ya es parte de los debates sobre Educación. Se podría decir que en la actualidad “el carácter ha vuelto” ya que se ha comenzado a concientizar que podríamos estar criando a una oleada de niños demasiado blanditos, básicamente por tener a unos padres que se presentan a las revisiones de exámenes de sus hijos, que abuchean a los árbitros en los partidos o que se han enfrentado con niños por no haber invitado a su hijo al cumpleaños o por haber peleado con él.
Cuenta Elvira Roca, profesora universitaria: «Yo he tenido a un chaval de 19 años que se me ha echado a llorar porque le suspendí un examen», «Le dije que no me diera el espectáculo. Vino su madre a verme y me dijo que había humillado a su hijo. Le tuve que decir que estaba siendo ella quien le humillaba a él».
Así estamos, no nos damos cuenta del daño que le estamos ocasionando a nuestros hijos tanto en el presente como en su futuro.
Gregorio Luri, filósofo y autor del libro Mejor Educados (Ed. Ariel), suele recordar que la educación del carácter es tan tradicional en ciertos colegios británicos como para que haya llegado a nuestros días una frase atribuida al Duque de Welington: «La batalla de Waterloo se empezó a ganar en los campos de deporte de Eton». En los campos de Waterloo o en las canchas del mítico colegio inglés, cuna del establishment, (grupo conformado básicamente por dirigentes, funcionarios públicos, financieros e industriales importantes y los miembros de la corte inglesa), ningún niño esperaba que le levantaran si podía  hacerlo solo.
Lo que demuestra que la educación del carácter no es un nueva pedagogía pero definitivamente es una pedagogía olvidada por muchos padres, instituciones y países en lo últimos años.

En España, se habla de «educación en valores», pero puede que no sea lo mismo. El carácter se entiende como echarle valor, coraje, actuar en consecuencia cuando se sabe lo que está bien o está mal, no limitarse a solo indignarse. Educar el carácter es animarlos a dar un paso más allá, es ser ejemplo, es que sus valores pasen a la acción. Si están acosando a un niño es no callarse y protegerlo, es decir no a la presión del grupo y no como ocurre con muchos de los niños de ahora que saben cuándo se tienen que sentir mal ante determinadas conductas pero no hacen nada más, no pasan a la acción, se mantienen en el saber que está mal.
Nicky Morgan era ministra británica de Educación con David Cameron e izó la bandera de la educación del carácter. «Para mí, los rasgos del carácter son esas cualidades que nos engrandecen como personas: la resistencia, la habilidad para trabajar con otros, enseñar humildad mientras se disfruta del éxito y la capacidad de recuperación en el fracaso». Esas palabras nos hace recordar el poema “Si” de Rudyard Kipling y su verso sobre la victoria y el fracaso, esos dos impostores a los que hay que tratar de igual forma y que figura como un recordatorio en la entrada de la cancha principal de Wimbledon.

El libro Educar el carácter de Alfonso Aguiló escrito hace   25 años, no ha parado de reeditarse y traducirse desde entonces: «Tener buen carácter no significa estar todos cortados por el mismo patrón. Pero estoy seguro que casi todos nos pondríamos de acuerdo en que ser honrado, trabajador, generoso, justo, leal, empático, valiente, austero, recio y organizado son buenas cualidades». ¿Cómo se educa el carácter? No desde la teoría, desde luego. «La educación en valores es algo abstracto pero las virtudes son los valores integrados en la persona».
Este veterano profesor confirma y no se escandaliza ante el hecho de que tenemos ahora a generaciones de niños blanditos: «Son ciclos normales del desarrollo de una sociedad. Cuando una familia quiere que sus hijos no pasen las dificultades por las que sí pasaron ellos la sociedad se vuelve más cómoda, blanda, menos esforzada. Según Aguiló, la educación del carácter no tiene que ver con el dinero pero sí con el capital cultural de las familias, con el modo de transmitir cómo afrontar la vida.
«La tendencia a mantener el interés y el esfuerzo para conseguir metas a largo plazo», la fuerza de voluntad, es el rasgo que, según Grit, en su reciente best seller sobre el Poder de la perseverancia, define a las personas con éxito.  
En resumidas cuentas las personas exitosas en su vida adulta fueron  en su infancia y adolescencia; niños a los que no los levantaron del suelo cuando ellos solos podían hacerlo.
Adaptado de: Berta G. De Vega en www.elmundo.es




domingo, 21 de mayo de 2017

Artículo: 13 REASONS WHY : SUICIDIO ADOLESCENTE Y JUDAÍSMO


La controversial serie está generando una saludable discusión respecto a temas fundamentales, pero muchas personas no deberían verla, bajo ninguna circunstancia.

No soy un televidente típico de Netflix, no me gustan las películas. Además, siendo judío observante, padre de ocho y un súper ocupado psicólogo, simplemente no tengo tiempo disponible. Sin embargo, cuando me pidieron mi opinión profesional sobre una reciente controversia alrededor de la serie popular 13 Reasons Why (Por trece razones), me inscribí para una suscripción gratuita de 30 días y me devoré la mayoría de los episodios.

Basada en la novela de 2007 de Jay Asher, la serie se enfoca en una estudiante universitaria, Jana Baker, que acaba de morir por suicidio. Previo a su muerte, Jana grabó una serie de cintas detallando su camino hacia el suicidio y los individuos que consideró responsables. La película es tanto realista como bien ejecutada, con una trama cautivante y personajes interesantes.

Siendo psicólogo de niños y adolescentes, estoy bastante familiarizado con las lúgubres realidades de nuestro tiempo y he escuchado suficientes historias de bullying, acoso sexual y depresión. Sin embargo, ver la representación realista y gráfica fue sorprendente, recordándome la observación talmúdica de que “no se puede comparar oír con ver”. También aprecié el obvio énfasis de la serie en la importancia de la bondad y la inclusión, así como los trágicos resultados de su ausencia. Espero que esta serie sea un trampolín para generar conversación y discusión saludable respecto a estos importantes temas.

Sin embargo, a pesar de sus positivas contribuciones, esta serie generó una amplia controversia. Muchos profesionales de la salud mental expresaron preocupación respecto a mostrar escenas de ataques sexuales en múltiples raccontos, así como la naturaleza gráfica de la escena del suicidio, que quizás le da glamor a su muerte. Potencialmente, esto puede llevar a personas, adolescentes en particular, que sufrieron experiencias similares, a decisiones de este tipo. Los críticos también están preocupados por un mensaje sutil, que es que el suicidio es una forma de volverse popular, así como de vengarse. Esto se relaciona con la tan expresada preocupación por el efecto Werther o efecto copycat, el bien documentado fenómeno que muestra que darle mucha atención al suicidio se asocia con ascensos en las tasas de suicidio.

Niños menores de 16 años, personas emocionalmente frágiles y quienes sufrieron ataques sexuales o se lastiman a sí mismos, no deberían ver esto.
En mi opinión, lo mejor es que los padres adopten un enfoque medio, equilibrado. Hay que ser consciente de los peligros y, al mismo tiempo, reconocer la oportunidad para tratar desafíos difíciles y prevalentes. En consecuencia, recomendaría que las siguientes personas no vieran esta serie bajo ninguna circunstancia: niños menores de 16 años, personas emocionalmente frágiles y quienes sufrieron ataques sexuales o se lastiman a sí mismos. Esta serie será simplemente demasiado estimulante para ellos. De la misma forma, quienes tienen una inclinación más conservadora o religiosa que buscan proteger a sus niños (y a ellos mismos) de lo profano, la sexualidad intensa y la agresión, deberían pasar por alto esta oportunidad.
Por otro lado, puede que los adolescentes maduros y más liberales toleren e incluso crezcan con esta serie, particularmente si la ven junto a adultos responsables que están preparados para hablar sobre temas difíciles.
Esas difíciles discusiones pueden involucrar una combinación de temas relacionados con la moral, el judaísmo y la salud mental. Mientras que la serie enfatiza la gran carga que un suicidio pone sobre los seres queridos, el judaísmo lo ve como algo más fundamental: es sobre la santidad de la vida humana. Si bien una enfermedad mental no es justificación para acabar con la vida propia, si ocurriera, se asume que la persona no estaba en control de sus acciones y se deja el resto a Hashem.
Todo padre es responsable de concientizarse sobre los desafíos mentales y de aprender a tratarlos. Si tienes un hijo adolescente, probablemente conozcas los altibajos emocionales presentes en esa etapa. Sin embargo, puede que sea difícil diferenciar entre una tristeza ocasional y algo más serio que necesita tratamiento inmediato. Dos factores que pueden indicar una mayor gravedad son cambios intensos o repentinos.
Además, si encuentras que los síntomas permanecen más de dos semanas, y si afectan el funcionamiento diario de tu hijo, puede ser un indicativo de algo más serio. Esos síntomas incluyen sentirse triste, desesperanzado, irritable, perder el interés en actividades que se disfrutaban, cambio en los hábitos de sueño o alimentación y problemas para pensar o prestar atención, incluso en cosas que antes disfrutaban. Además de lo dicho, quienes sufren depresión clínica pueden pensar o hablar sobre muerte y tener pensamientos sobre herirse o suicidarse.

Es nuestra obligación parental no ignorar las señales de advertencia.
Incluso cuando un padre astuto nota que un hijo atraviesa algo más serio, el niño no siempre lo admitirá. Muchos adolescentes deprimidos son incapaces de expresar sus sentimientos o sienten vergüenza de hacerlo. En esos escenarios, es crucial desarrollar una relación con el niño, que lo alentará a hablar y le facilitará continuar la comunicación o aprovechar la ayuda. Es importante escuchar con atención cuando hablan y separar un tiempo al día para hacer algo juntos y hablar.
Lo más importante: es nuestra responsabilidad parental no ignorar las señales de advertencia. Estas pueden incluir comportamiento irracional, amenazas de suicidio (incluso indirectas), obsesión con la muerte, escritos que hacen referencia a la muerte o una sensación abrumadora de culpa o rechazo. Si notas alguna de estas señales, no lidies con ellas por tu cuenta. En cambio, consigue de inmediato ayuda profesional. Hay muchos tipos de tratamientos, basados en evidencia, que pueden ayudar. Estos incluyen psicoterapia: como por ejemplo terapia de conducta cognitiva, terapia de comportamiento dialéctico y psicoterapia interpersonal. Además, los medicamentos pueden ser una gran ayuda para quienes sufren depresión.
Tomado de Aishlatino.com


jueves, 11 de mayo de 2017

Artículo: LOS BENEFICIOS DE SER PRUDENTES

Posiblemente muchos conflictos y decisiones erradas, podrían haberse evitado si en ese momento se hubiera actuado con prudencia. El ejercicio de la prudencia permite alcanzar los objetivos que nos proponemos. La prudencia es el arte de decidir bien, e implica el dominio de las reacciones y emociones.
 La prudencia, que enseña a tomar decisiones, le proporciona al ser humano el dominio de sí mismo. Ayuda también a identificar las situaciones que son convenientes y las que no lo son. Ayuda a pensar antes de actuar -autocontrol-, lo que impulsa a la persona a medir las consecuencias de las acciones. “La virtud de la prudencia es la que nos educa para reflexionar bien y así, decidir bien.” dice Francisco Cardona en uno de sus escritos.
Otra consecuencia de ser prudentes es que facilita la convivencia. Si bien todas las virtudes favorecen el trato con los demás, la prudencia es una de las protagonistas. Ser prudente es expresar las palabras que son, en los momentos que son; lo que impide hacer mella en las relaciones interpersonales. Sabemos que una determinada expresión en un instante crítico, es como una chispa en un pajar. Pero hay algo importante. La prudencia no sólo consiste en abstenerse de actuar; también es saber proceder cuando el bien así lo requiere. Por eso es equivocado calificar esta virtud de debilidad, cobardía e hipocresía.
 La prudencia se relaciona con otras virtudes: tolerancia, discreción, sensatez, cautela, sabiduría, madurez, discernimiento, mesura, compostura, templanza, tacto, precaución, equilibrio, ecuanimidad, entereza, serenidad. Todas ellas facilitan el desarrollo personal y la interacción social.
 Enseñar a los hijos la prudencia
 “Los padres pueden empezar a educar a sus hijos en la prudencia ayudándoles a pensar antes de actuar en las consecuencias de su conducta. Hay que educar a los hijos en la prudencia ante todo con el ejemplo, pero conviene ayudarles a pensar, con preguntas: ¿qué pasará si vas a esa fiesta?, ¿qué pasa si no terminas tu tarea?, ¿es bueno hacer tal o cual cosa? Luego habrá que motivarlos a llevar a cabo lo decidido, reconociendo sus buenas acciones.”
 Para finalizar un proverbio de Friedrich Engels: 
“Tanta prudencia se necesita para gobernar un imperio, como una casa”
Tomado y Adaptado de Lafamilia.info

lunes, 1 de mayo de 2017

Artúculo: LOS CAMBIOS, LA ANSIEDAD Y EL ESTRÉS EN NUESTROS HIJOS


El estrés no es una emoción exclusiva del cerebro adulto. Debemos entender que la ansiedad como el estrés son dos reacciones instintivas del ser humano que surge en nuestra mente como reacción  a un “peligro” o ante ciertas situaciones de cambio que nos abruman.
Cuando nuestro cerebro detecta una amenaza nos prepara para la huida.
El estrés, como la ansiedad son problemas reales y los niños no son inmunes a estas emociones. Los cambios en los niños pueden producirles, al igual que a cualquier persona adulta, cierta ansiedad o estrés ante lo desconocido.
Evidentemente, todos los niños no reaccionan de la misma forma ante “un cambio”, y estos le pueden afectar en mayor o menor medida dependiendo de diferentes factores que oscilan desde la edad y sensibilidad del niño hasta el nivel de madurez emocional, el apoyo social que reciba y el significado personal que le confiera al cambio.   Pero, independientemente de estos factores, como padres debemos ayudarlos a tomar los cambios con la mayor tranquilidad posible. 
Para un niño, sus padres son sus bases y sus raíces, somos los que le podemos ofrecer la confianza que necesita para afrontar esos momentos angustiantes  que puedan afectar su rutina y su estabilidad emocional.

Los padres representamos la estabilidad que nuestros hijos necesitan.

Un niño puede atenuar la tensión o estrés que provocan los cambios, si se siente apoyado por sus padres y experimenta que ellos están tranquilos. Por el contrario, el nerviosismo que nosotros podemos sufrir ante una nueva situación o experiencia, se lo trasmitiremos también a nuestro hijo.

La situación política y económica del país, las noticias del mundo así como la inestabilidad e incertidumbre pueden causar estrés. Los niños que viven y ven imágenes perturbadoras por televisión o que escuchan hablar sobre guerras, terrorismo, robos, asaltos y secuestros, pueden preocuparse por su propia seguridad y la de las personas que quieren.

Hable con sus hijos acerca de lo que ven y escuchan, de modo de ayudarlos a entender lo que sucede. Pida a su hijo que le cuente lo que le preocupa. Escúchelo calmada y atentamente, con interés, paciencia, amplitud y demostrando lo mucho que le importa y comente brevemente los sentimientos que cree que él podría estar experimentando. Sentirse comprendido y escuchado lo ayudará a sentirse apoyado, lo que es especialmente importante en los momentos de cambio y estrés.




Fuentes: GuiaInfantil.com y kidshealth.org