domingo, 13 de diciembre de 2015

Artículo: DEJA QUE TUS HIJOS JUEGUEN


La gran mayoría de los adultos organizan el tiempo de sus pequeños dejando poco o nada de espacio para jugar dentro de su apretada agenda diaria. Adicional a esto, los estudios muestran que los niños menores de tres años, juegan alrededor de dos a tres horas diarias, pero a partir de los nueve años, algunos padres suelen considerar que sus hijos son mayores para jugar y fomentan el abandono del juego. Un hecho que los expertos critican y por eso advierten a los padres que “jugar no es perder el tiempo”, pues los niños “deben jugar más para alcanzar su pleno desarrollo”.

 Estos resultados nos dan pie para ahondar en la importancia del juego en el desarrollo psicopedagógico del ser humano, entendiendo por “juego” la actividad lúdica que se desarrolla en la infancia y que excluye las nuevas tecnologías.

 ¿Qué significa el juego para el niño?

 En los niños el juego no es una actividad meramente recreativa, el juego es una necesidad para el desarrollo del pensamiento, la imaginación, el lenguaje y la socialización, la construcción de la identidad y la adquisición de una serie de habilidades que serán necesarias en la vida adulta.
 Por medio del juego el niño desarrolla su capacidad intelectual. Vigotsky, famoso por sus teorías del aprendizaje, hace un valioso aporte al explicar que el niño mediante el juego va construyendo la definición funcional de los conceptos, con lo cual va desarrollando el pensamiento abstracto y la capacidad de llevar a cabo elecciones conscientes.

A través del juego el niño conoce y explora el mundo. Le posibilita la identificación de los roles y la dinámica de las diversas situaciones que se viven en la esfera real, asimismo ayuda a comprender las normas de la vida en sociedad. Fernando Peñaranda, médico y magíster en desarrollo educativo y social, explica al respecto: “el niño aprende así los valores, reglas, convenciones y, en general, la cultura. De otro lado, la voluntad y hábitos como la perseverancia se adquieren más fácilmente en el juego que mediante esfuerzos más complejos como los requeridos para los trabajos escolares.”
Otro de los argumentos a favor del juego es su aporte a la construcción de la identidad, “se requiere el espacio y el tiempo para que los niños sean ellos mismos, para que se descubran en largos períodos de ocio y fantasía, para que puedan pensar por cuenta propia desarrollando su creatividad. Son los momentos en los cuales se dan cimientos para la formación de la vida interior y de la autenticidad.” añade el doctor Peñaranda.

 Es también el juego el escenario por excelencia donde los niños hacen sus primeros intercambios sociales con sus pares, es en esta maravillosa experiencia donde se viven los valores característicos de la interacción humana como es la generosidad, la solidaridad, el respeto, el autocontrol, la tolerancia, entre muchos otros.

 Más tiempo para jugar

 Se trata entonces de entender que el juego es una actividad indispensable para el desarrollo del niño, no sólo en los aspectos físicos sino también emocionales. Por eso los padres deben considerar el juego como algo de suma importancia en la vida de sus hijos, dejarles espacios generosos todos los días para este fin, por lo que en ningún momento deben ser considerados como una pérdida de tiempo.



 Tomado de: LaFamilia.info

lunes, 7 de diciembre de 2015

Artículo: ¿PUEDO SER AMIGO DE MI HIJO?


"Los padres pueden decidir ser amigos de sus hijos, pero tienen que ser conscientes de que los dejan huérfanos" dice el médico español Francisco Kovacs. Y es que a menudo algunos padres se cuestionan hasta dónde deben ser los amigos de sus hijos y hasta dónde deben ser sus figuras de autoridad, en especial durante la adolescencia. Por eso, te explicamos la diferencia entre una relación de confianza –apropiada para padres e hijos– y una relación de amigos.

 ¿Qué es la amistad?

 En realidad, la noción de amistad en la adolescencia es muy diferente a la que se experimenta en la adultez. Alrededor de los diez y tal vez hasta los veinte años, los amigos son cómplices de aventuras, buenas o malas (se guardan la espalda entre ellos, incluso en los errores) son los compañeros de situaciones propias de la edad y lejos de sus propósitos está la labor educativa; para eso están los padres. Ya con cierta madurez adquirida, sabemos que esto no corresponde a la verdadera amistad, sin embargo debemos partir de esta base para comprender el concepto real.

¿Padres o amigos?

 Diversos especialistas manifiestan que gran parte de padres, sienten temor de ser “malos” con sus hijos y evitar así el rechazo de ellos. Razón por la cual prefieren entablar una relación de amistad antes que de educadores.
La psicóloga chilena Pilar Sordo explica al respecto: “No queremos verles la cara larga, que nos digan que somos anticuados, distintos a los padres de sus compañeros, que somos 'mala onda'. En realidad, queremos ser papás buena onda, aparecer como evolucionados y esto nos hace ser tremendamente ambiguos en nuestra forma de educar; nos cuesta decir que NO. Nos vamos en cuarenta explicaciones, somos los reyes de los 'depende', con lo que metemos a los niños en una red de inseguridades que les impide conocer qué es correcto y qué no y todo parece permitido.”

 Confianza no es lo mismo que amistad

Puede ser que muchos padres consideren que son amigos de sus hijos porque han desarrollado un nivel de confianza tal, que lo consideran como una amistad. Pero en realidad estos dos términos son muy diferentes.
Cuando un padre logra ganarse la confianza de sus hijos, es cuando realmente está haciendo un buen manejo de la autoridad. Dicha confianza se caracteriza por la existencia de líneas abiertas al diálogo que permiten un conocimiento pleno de los gustos y sentimientos de los hijos, gracias a la escucha permanente, al trato cercano y a las orientaciones pertinentes, todo esto hace parte del ejercicio educativo de los padres, muy diferente a la dinámica que llevan los amigos.
 Así pues, se ha de aclarar que el hecho de compartir actividades con los hijos (ir a un partido de fútbol, jugar una partida de videojuegos, llevarlos a sus primeras fiestas, enseñarles a bailar o salir de compras) son espacios primordiales propios de una relación de confianza, mas no de amistad.

 Veamos entonces cuáles son las razones que nos llevan a pensar que los padres deben ser padres y nada más:

 1.- La amistad anula la autoridad de los padres: no es posible que ambos conceptos compaginen en el rol de padres, tienen fines distintos; la autoridad educa, la amistad desvía el objetivo educativo. Por ejemplo, una norma no será acatada si la figura del padre ha perdido validez, puesto que no existe consecuencia ante el incumplimiento.

2.- Amigos hay muchos, padres sólo hay unos solos: si los padres son los amigos de los hijos, entonces ¿quién educa? ¿de quiénes recibirán los hijos las enseñanzas sobre valores, integridad, moral, etc.? Los hijos sin importar su edad, necesitan y reclaman un padre.

3.- Diferencia generacional: existen brechas generacionales entre papá/mamá y sus hijos, que los hacen distantes en algunos aspectos. Aunque en realidad el impedimento no es la edad, sí lo es la actitud de los adultos que los lleva a comportarse como los muchachos, tratando de estar a su nivel en cuanto a la moda, el léxico y el trato de “tú a tú” con los amigos de los hijos.

En conclusión, es la amistad una vivencia exclusiva entre personas afines que comparten experiencias valiosas, pero diferente a esto, es el vínculo entre padres e hijos.
Lo que sí es propio de este vínculo, es tener una comunicación fluida en ambas direcciones, basada en la confianza y el respeto mutuo.


Tomado de: La familia.info