martes, 8 de noviembre de 2016

Artículo: NO SÉ CERRAR EL PARAGÜAS



“No sé cerrar el paraguas”. Esta frase resume lo que estamos haciendo con algunos adolescentes. No es inventada, la dijo hace unos pocos días la hija de una amiga. La chica tiene quince años y es una niña: lista, despierta, interesada por lo que la rodea… pero no sabía cerrar un simple paraguas.
Esa frase que pronunció la hija de mi amiga ejemplifica cómo los adultos alargamos indefinidamente la niñez de nuestros hijos.

La explicación es muy sencilla: en vez de tomarnos el tiempo de enseñarles a hacer las cosas por sí mismos, se las hacemos nosotros. No es una prueba de amor, ni de protección, ni de cuidado, es solo que no les dedicamos el tiempo suficiente, dice la especialista en adolescentes, Victoria Toro.

Desde que son niños entramos en una dinámica en la que ellos aprovechan nuestra debilidad, nos ocupa menos tiempo hacer las cosas nosotros mismos que enseñarles a ellos a hacerlas, y se hacen cada vez más pasivos en lo que respecta a su autonomía.
Pero esa tendencia no es natural, lo natural es que los seres humanos crezcan y se hagan independientes y autónomos. Por eso llega un momento en el que esos chicos poco preparados para ser autónomos exigen su autonomía y nosotros, sus padres, que no estamos acostumbrados a que la tengan nos resistimos a ello.
Que una adolescente no sepa cerrar un paraguas, cuando vive en una ciudad en la que llueve con frecuencia, lo que nos está indicando no es que no sea hábil con asuntos técnicos,ya que todos los chicos a esa edad son muy hábiles porque viven en una civilización tecnológica; lo que realmente nos está indicando y con luces intermitentes rojas es que  aunque en apariencia lo que estamos haciendo por ellos es solo facilitarles la vida desde el punto de vista material, esas decisiones implican también el resto de su desarrollo.
Les cerramos el paraguas sí, pero también les organizamos la vida y les resolvemos todos los problemas. Y cuando crecen nos resistimos a soltarles porque tenemos el íntimo convencimiento de que ni ellos, ni nosotros, estamos preparados para que ejerzan su libertad y su autonomía.
Cuando son estudiantes deseamos que tengan buenas notas por lo que muchos nos dedicamos ayudarlos directamente con las tareas, Científicamente está demostrado que esa ayuda no implica que los niños tengan mejores resultados en el colegio y que lo mejor que podemos hacer para su verdadero éxito es es que los padres leámos con ellos, les preguntemos por las clases y confiemos en sus capacidades.
Cómo resolverlo
Hay una forma de resolver estas situaciones. Debemos tomarnos el tiempo que sea necesario para enseñarles a hacer las cosas por sí mismos. Tenemos que conseguir que nuestros hijos sean autónomos. Que sepan desenvolverse en su vida cotidiana y que sepan resolver las situaciones normales en las que se encuentran y que se les presentan.
Cuando se presente cada una de estas situaciones, en vez de hacerlo nosotros, debemos pedirles a ellos que lo hagan, con nuestra ayuda las primeras veces, pero solo con nuestra ayuda, no con nuestra intervención total. Si, nos llevará más tiempo que hacerlo nosotros mismos pero será mucho mejor para ellos y para nosotros porque tendremos a hijos autónomos y capaces de desenvolverse con éxito en sus vidas.
Los errores ayudan
Muchos padres evitan darles a sus hijos esa autonomía porque temen que sus hijos cometan errores, pero deben saber que los errores no solo son inevitables sino que son beneficiosos, ayudan a aprender y son inherentes al desarrollo humano.
Los errores forman parte de la vida y los adolescentes deben aprender a convivir con ellos, a que no les causen frustración, a no enfadarse por ellos. Debemos enseñar a nuestros hijos que un error te puede hacer más sabio y más fuerte, pero solo si sabes convivir con él.
Si siempre les evitamos los errores, cuando les sucedan, y estén seguros que les sucederán, no sabrán cómo convivir con ellos y los sentirán como un fracaso que solo les creará malestar.
 Hacer las cosas o incluso intentar hacerlas una y otra vez,  es una de las claves del desarrollo humano y no podemos quitarle a nuestros hijos esa fórmula fundamental de aprendizaje y crecimiento.
El instinto de protección hacia los hijos, es algo natural: la inseguridad, el miedo y las ansias de protegerlos son sensaciones que existen entre la mayoría de los padres. Sin embargo, es fundamental preguntarse quién va a educar al hijo, los padres o los miedos de los padres:
“El problema es que no podemos esconderles las piedras en el camino porque las piedras están ahí; el mundo está lleno de dificultades”. Por ello, insta a los padres a que, “si hay piedras, se las enseñen”, y si el hijo o hija se caen, “miren cómo se cae y le ayuden a levantarse, pero que no impidan a toda costa que se caiga, porque en la vida hay que saber levantarse. Los padres tienen que saber que sobreproteger es desproteger” : Eva Millet.



Adaptado de About.com



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