Nada nos pone más ansiosos que la educación de nuestros hijos.
Estamos constantemente cuestionando nuestras propias decisiones, agonizando por
cada acción, por cada palabra. Leemos libros y asistimos a clases buscando las
respuestas mágicas, desesperados por hacer lo correcto.
Debido a que son tan preciados para nosotros, no podemos
evitarlo. Terminamos leyendo uno y otro artículo, asistiendo a cada taller, llamando
a amigos y a profesores para pedir consejo. Todo está, por supuesto, en las
manos de Dios, pero hay algunos principios que son universales. Este es sólo
uno de ellos:
Los niños requieren desesperadamente nuestra atención. Sabemos que
si no la consiguen de la forma correcta ellos la buscarán de la forma
incorrecta. También sabemos que debemos alentarlos y reforzar conductas
apropiadas. Sin embargo nos equivocamos frecuentemente en este aspecto.
Ignoramos al niño que se está comportando bien porque estamos ocupados
reprendiendo o lidiando con aquel que no se está comportando adecuadamente.
Es crucial darles a nuestros hijos atención por hacer lo correcto
y no por hacer lo incorrecto. Esto no es solamente para que no busquen nuestra
atención en formas negativas, sino también porque a veces los niños que se
comportan bien son descuidados por las necesidades de aquellos que se comportan
no tan bien.
Nunca olvidaré un empleo de verano que tuve una vez en la
universidad. Uno de mis compañeros de trabajo, otro estudiante, siempre llegaba
tarde. El único día de todo el verano en que llegó a la hora, todos se dieron
cuenta y lo felicitaron. Yo no obtuve nada de crédito por llegar a tiempo todos
los días. Este no fue un trauma serio pero sí me enseñó una lección sobre
educación. Si nos enfocamos en el niño que está comiendo con las manos en vez
del que está comiendo ordenadamente, el niño que está luchando con sentarse y
hacer su tarea por sobre el alumno estrella, podemos transmitir el mensaje
equivocado. Podemos desalentar al niño que se comporta
apropiadamente y alentar al otro a continuar con sus acciones “no tan ideales”.
Es un balance, pero debemos tener cuidado de “hacia donde se carga
la balanza”. Es verdad que debemos pasar más tiempo en la tarea de matemáticas
del niño que no entiende la materia, sin embargo no podemos olvidar elogiar al
que sí entiende. No podemos asumir que ellos valoran sus logros, y con certeza
no sabrán que nosotros lo hacemos a menos de que lo expresemos verbalmente.
Todos los niños, los inquietos y los pasivos, los estudiantes
estrella y los estudiantes promedio, los amables y los egoístas, están buscando
desesperadamente nuestro amor y atención. Nuestra labor – fácil de decir y
difícil de hacer – es darles esto.
Tomado y adaptado de Aish.com / por: Emuna Braverman
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