No existe mejor parábola para criar a un hijo que cuidar de una valiosa semilla hasta que se convierte en un árbol. Dios la deposita en nosotros para que asistamos durante su desarrollo y crecimiento. No
elegimos su tipo, no controlamos su proceso de crecimiento, sólo damos lo mejor
de nosotros para que reciba lo que necesita para crecer y florecer. Y nos
sentamos y observamos. Quizás esta es la razón por la cual la palabra hebrea
para descendencia es zera, que significa ‘semilla’.
Algunos de nosotros recibimos semillas que requieren un
poco de trabajo y atención, mientras que otros reciben semillas un poquito más
complejas. No debemos frustrarnos y enojarnos con la “semilla” ni con Quien nos
la dio, sino cumplir nuestro rol específico en nuestra misión especial. Con
seguridad, gritarle a la semilla “¿¡Qué te pasa!? o ¿¡Por qué no creces aún!?”,
sólo retardará su desarrollo.
El crecimiento de nuestros hijos y los plazos están fuera
de nuestro control. Nuestro objetivo es nutrirlos tanto como podamos. Los queremos
por lo que son. Los regamos, les damos luz. Que no veas un crecimiento
inmediato no significa que en este momento no esté ocurriendo nada.
Cuando vemos una planta asomar a la superficie, no
significa que el proceso comenzó en ese momento. Ha estado ocurriendo durante
meses, sólo que no era visible aún. Año a año vemos un niño en quinto año que
estudia y crece, mientras que en cuarto año su desempeño era pobre. ¿Acaba de
despertar? ¡No! Sólo llevó tiempo hasta que estuvo listo para procesar todo el
crecimiento interno y traducirlo en acciones externas.
Si tuviésemos más
conocimiento sobre el proceso real de crecimiento de nuestros hijos y de las
personas en general, advertiríamos la situación interna y nos alegraríamos. A
veces un padre siente que no ve ningún cambio significativo; quizás está
mostrando un poquito más de cortesía en el hogar; tan sólo un poquito. En ese
momento, debemos pensar: “Eso es excelente. Es una señal de que está ocurriendo
un crecimiento interno real. Está madurando. Con la ayuda de D-os, veremos más
en el futuro”. Por otra parte, si advirtiéramos las cosas negativas nacientes
mucho antes de que lleguen a la superficie, podríamos intervenir y ayudar en
una etapa más temprana.
Como padres y educadores, nuestro enfoque no debería
estar en la producción del fruto, sino en nutrir la semilla. Si uno manipula el
árbol de manera no sana, para que produzca frutos antes de estar listo, su
producción a largo plazo y, casi siempre también a corto plazo, sufrirán.
Debemos enfocarnos en darle abundante agua y luz, y debemos permitirle a cada
niño florecer a su manera y a su tiempo.
Cada muestra de amor es otro rayo de luz. Cada palabra
positiva es otra gota de agua. Cada experiencia positiva contribuye a la
materialización del potencial de la semilla. Por otro lado, cada experiencia
negativa daña.
No hay duda de que estamos viviendo tiempos turbulentos.
Las tormentas que nos rodean soplan vientos cada vez más fuertes. Y si bien
debemos hacer nuestro mejor esfuerzo para bloquear todos los vientos que
podamos, la única solución real y a largo plazo es cultivar un árbol con raíces
profundas y fuertes. Si no, estará en riesgo de que las tormentas lo arranquen
si no hay raíces que lo mantengan aferrado al suelo.
Los padres y los educadores deben creer firmemente en el
potencial de toda semilla que reciban. Deben confiar en que, si le dan todo lo
que necesita para florecer, terminará siendo un árbol maravilloso que dará
frutos hermosos, porque lo hará. Puede que haya un largo período invernal, en el
que nada salga a la superficie, pero deben darse cuenta que sus esfuerzos no
son en vano. Están cultivando; la semilla está creciendo. Tenemos que tener en
mente que, a veces, el fruto más preciado es el que más tarda en madurar.
Tomado y
adaptado de Aish.com p/ R. Moshe Don Kestenbaum