¿Qué se necesita para
disfrutar de una autoridad eficaz? A veces, intentamos por todos los medios que
nuestros hijos nos hagan caso y no hay manera de conseguirlo. La solución no es
tan difícil aunque, eso sí, necesita constancia, unas pocas normas muy claras y
favorecer al máximo la participación de nuestros hijos a la hora de tomar
decisiones.
Al comienzo de este año
escuché unas declaraciones de representantes de asociaciones de padres y
madres que decían lo siguiente: “Dado que los padres, en las
actuales circunstancias sociales no podemos hacer frente a la educación de
nuestros hijos, exigimos que las administraciones públicas pongan a
nuestra disposición todos los medios necesarios para …”
Me inquietaron dos de
las ideas que expresaron: “no podemos hacer frente a la educación de nuestros
hijos…” y “que las administraciones públicas…” hagan algo para
educarlos.
A mí me gusta pensar
que somos los padres los que debemos educar a nuestros hijos y de
ninguna manera me gustaría ceder ni un ápice de este derecho a las
administraciones públicas. Me inquietó también escuchar que
los padres “no podemos” educar a nuestros hijos en la
sociedad de hoy en día, porque yo no creo que eso sea cierto.
Los padres tenemos
la posibilidad y la capacidad para educar a nuestros hijos y podemos
hacerlo bien, salvo en casos muy especiales.
En numerosas
familias, la autoridad de los padres se ha debilitado.
Muchos padres no consiguen poner límites a los horarios de
sus hijos, a los tipos de diversiones, a las demandas consumistas, a su
desidia en los estudios, a sus malos modales… Pero buscar las causas y las
soluciones fuera de la familia, no sirve de nada. La solución a esta
crisis de autoridad debemos buscarla en el interior de la familia y, sobretodo,
en cómo nosotros, los padres, la estamos ejerciendo. ¿Quizás nos estamos
equivocando?
¿Qué se necesita para
disfrutar de una autoridad eficaz?
Algunos padres piensan
que perder autoridad es irremediable. Pero la autoridad no es un don divino que
se nos otorga y con él obtenemos la ciencia para decidir correctamente, el
ingenio para organizar y la habilidad para ser obedecido. Y, al igual que no se
nos otorga, tampoco se nos niega como si se tratara de un objeto. El grado
de autoridad que tengamos los padres depende, sobretodo, de cómo utilizamos el
poder que tenemos sobre los hijos, y eso nos permite aumentarla, recuperarla o perderla.
La autoridad de los
padres será eficaz si reúne ciertas condiciones. La no existencia de alguna de
estas condiciones puede ser la causa real de la crisis de nuestra autoridad
como padres. En la medida que consigamos cumplir mejor estas condiciones, nuestra
autoridad podrá recuperarse o fortalecerse.
Lo mejor es empezar a
ejercer una autoridad positiva cuando nuestros hijos son pequeños. Pero si no
ha sido así, todavía estamos a tiempo. Cuanto antes cambiemos algo y mejoremos,
tanto mejor.
1.
El
consenso en la pareja. Que la pareja debe estar de acuerdo en relación con los
objetivos y los medios educativos es algo que resulta evidente aunque a veces
no es fácil de llevar a cabo. La responsabilidad como educadores, y por tanto
la autoridad, es tanto del padre como de la madre, y sólo el acuerdo
entre ambos permitirá progresar correctamente en la educación de
nuestros hijos. Se necesitará el intercambio constante de información
entre la pareja sobre cómo podemos ayudarles, normas que estableceremos, los
estímulos que les proponemos.
2.
La
autoridad debe ejercerse de forma participativa. Los padres debemos
tratar de no imponer nada a nuestros hijos de manera despótica.
Debemos proponer alternativas u opciones entre las que escoger y dejar que
nuestros hijos participen en la toma de decisiones. Si
somos respetuosos con nuestros hijos ellos también lo serán con
nosotros. Mientras que si nos comportamos de una manera demasiado exigente
mandando y obligando en lugar de sugerir y proponer, sólo
conseguiremos desobediencia, indisciplina y rebeldía.
3.
La
autoridad no debe ser aleatoria, debe apoyarse en valores y normas estables.
Nada hay más destructivo que los cambios de actitud de los padres en
lo que respecta a lo que es bueno o malo, lo que hay que hacer y lo que no, lo
que es importante y lo que no lo es. Mandar o exigir cosas según el propio
estado de ánimo o según las circunstancias es una manera muy eficaz de
conseguir que perdamos autoridad sobre nuestros hijos. Si ellos
observan que tus exigencias no responden a otra cosa que a tu cansancio,
malhumor, etc. no se verán obligados a obedecer ni entenderán por qué deben
hacerlo: “Total, espero a que se le pase el enfado y ya está”.
4.
La
conducta de los propios padres debe ser coherente. Los padres deben
predicar con el ejemplo. Los modos de conducta incoherentes o falsos generan
sencillamente rebeldía. La siguiente escena es muy
significativa: “¿Quieren dejar de gritar como salvajes
maleducadoooooooos?” -Grita con todas sus fuerzas la madre a
sus hijos, que están inmersos en un gran alboroto.
5.
La
autoridad debe traducirse en hechos. La autoridad, además de tenerla, hay
que ejercerla. Hay que tomar decisiones sobre lo que deseamos para
nuestros hijos y sobre las ayudas que necesitan. Establecer, con su
colaboración, las normas que revestirán el ambiente de nuestra casa. Velar por
el cumplimiento de las normas establecidas y detectar los problemas de los
hijos. Exigirles que cumplan su cometido y sancionar su conducta de manera positiva
o negativa para ayudarles a desarrollar su propia conciencia. Necesitamos
dedicación y empeño, pero nuestra autoridad para con los hijos la
encontraremos en su ejercicio.
Tomado de: Solohijos.com