lunes, 25 de septiembre de 2017

Artículo: ¿Qué aplicas más: la disciplina o el castigo?


En un mundo en donde todo parece estar cada vez más de cabeza, los buenos padres a veces batallan por saber cómo educar a los hijos, sin ser ni demasiado duros ni demasiado blandos.
Cuando mi hijo mayor cumplió los tres años de edad, entró en una etapa a la que yo, que en ese entonces no había leído a Jean Piaget, llamé “preadolescencia”. Consistía en que a todo decía que no, y se plantaba muy firme en sus decisiones. Llegó el momento en que hubo que ponerle un alto, y él no entendía de altos. Y entonces es cuando obré sin pensar. Lo tomé, fuimos a un cuarto, y le di unas palmadas. Su boquita se dobló hacia abajo, sus ojitos se llenaron de lágrimas, me miró firme, y repitió: “no”.
A mí me criaron a nalgadas, así que yo no sabía qué podía hacer. ¿Qué podía seguir? Más nalgadas. Terminamos, él apretó los puños, haciendo un esfuerzo enorme para no llorar, su boquita le temblaba, y me miró fijamente: “no”, dijo.
Fue uno de los momentos más dolorosos de mi vida. Yo no lo sabía, pero fue un parte terrible en la historia de mi familia. Por generaciones, los niños habían entendido a nalgadas. La tradición familiar (esa rigurosa ley no escrita) dictaba que la letra entraba con sangre, pero yo me miraba con desagrado a mí mismo y me decía: “Esto no va a funcionar así”. Y me quedé, sin saber qué hacer, preguntando a los papás más experimentados qué podía hacer para criar a mi hijo desobediente, sin golpearlo; sin el castigo que mata al amor entre padres e hijos, sin que mediara el temor como moneda que compra la obediencia.
Habría que entender, para empezar, la diferencia entre disciplina y castigo.
    • En latín, la palabra Disciplina significa: “lo que pertenece al aprendizaje”. Todo lo que hacemos para que alguien aprenda, eso es disciplina.


    • La raíz de la palabra castigo viene del sánscrito Kes. En latín eso derivó en dos verbos: “castigare”, que quiere decir, hacer que alguien se haga casto, y la otra, “castrare”. Castigar implica, entonces, amputar, obligar a alguien a que sea lo que consideramos que es correcto.
La disciplina es, entonces, lo que hacemos para que alguien aprenda, para que alguien crezca, se desarrolle, que a final de cuentas, esa es la función de los padres: trabajar para que un hijo adquiera buenos principios, sin obligar a nadie, haciendo que sea lo mejor de sí mismo dentro de su propia naturaleza.
Castigar, por su parte, implica amputar, limitar, detener, meter a los hijos en un molde donde carecen de elección.
Los que somos mayores de 45 años nos tocó ser parte de una era de transición de la que tal vez no somos tan conscientes: nuestros padres fueron muy estrictos y muchos abusaron del castigo. Nosotros decidimos que no seríamos iguales a ellos y, confundiendo el castigo con la disciplina, dejamos a ambos de lado.
Habría que diferenciar ambas acciones muy bien, a fin de criar a nuestros hijos con el mínimo de castigo, y el máximo de disciplina. Te ofrezco dos listas de elementos que pueden tener consigo la disciplina y el castigo. Muchas veces lo que hacemos es darle a nuestros hijos una combinación de ambas, y así la pregunta que te haría al momento de leer ambas listas es:
¿Qué aplicas tú más, la disciplina o el castigo?
LA DISCIPLINA
    • Alienta el respeto a sí mismo, a sus padres, a otros
    • Anima a ser mejor
    • Conduce a la autodisciplina, a aprender a emplear el albedrío de la manera adecuada y por los motivos correctos.
    • Crea un ambiente de amor y confianza entre el disciplinado y el disciplinante
    • Educa e inculca principios y valores morales
    • Genera un cambio permanente
    • Proviene del Amor
    • Se hace pensando en el beneficio del niño


EL CASTIGO
    • Aísla, incomunica, excluye
    • Conduce a la rebelión, porque genera frustración
    • Conduce a un cambio a corto plazo, o que el niño aprenda no a cambiar su conducta, sino a ocultar sus malas acciones
    • Genera resentimiento en el niño
    • Hace que el niño crezca con un sentimiento de desaliento, de vergüenza por sí mismo
    • Por lo general surge de la ira, el enojo, o la venganza de los mayores, no del amor
    • Produce ya sea miedo en el menor, o bien inseguridad en sí mismo
    • Se aplica para beneficio no del niño, sino de los padres
    • Abre brechas que después son muy difíciles de cerrar


Salvo esas dos veces que le di nalgadas a mi hijo mayor, nunca más en la vida he tenido que volverle a pegar. Y el segundo de mis hijos creció sin recibir nunca castigo y, hasta donde van en sus vidas, son muy buenos jóvenes. Sanos, felices, responsables.
En alguna película un personaje dice: “La mejor manera de criar a los hijos es marinándolos por toda la infancia y adolescencia en amor” y aunque es cine, creo que es cierto.


Tomado de Familias.com

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