lunes, 23 de julio de 2018

Artículo: Aumentar, recuperar o perder autoridad ante nuestro hijo.



¿Qué se necesita para disfrutar de una autoridad eficaz? A veces, intentamos por todos los medios que nuestros hijos nos hagan caso y no hay manera de conseguirlo. La solución no es tan difícil aunque, eso sí, necesita constancia, unas pocas normas muy claras y favorecer al máximo la participación de nuestros hijos a la hora de tomar decisiones.

Al comienzo de este año escuché unas declaraciones de representantes de asociaciones de padres y madres que decían lo siguiente: “Dado que los padres, en las actuales circunstancias sociales no podemos hacer frente a la educación de nuestros hijos, exigimos que las administraciones públicas pongan a nuestra disposición todos los medios necesarios para …”

Me inquietaron dos de las ideas que expresaron: “no podemos hacer frente a la educación de nuestros hijos…” y “que las administraciones públicas…” hagan algo para educarlos.

A mí me gusta pensar que somos los padres los que debemos educar a nuestros hijos y de ninguna manera me gustaría ceder ni un ápice de este derecho a las administraciones públicas. Me inquietó también escuchar que los padres “no podemos” educar a nuestros hijos en la sociedad de hoy en día, porque yo no creo que eso sea cierto.

Los padres tenemos la posibilidad y la capacidad para educar a nuestros hijos y podemos hacerlo bien, salvo en casos muy especiales.

En numerosas familias, la autoridad de los padres se ha debilitado. Muchos padres no consiguen poner límites a los horarios de sus hijos, a los tipos de diversiones, a las demandas consumistas, a su desidia en los estudios, a sus malos modales… Pero buscar las causas y las soluciones fuera de la familia, no sirve de nada. La solución a esta crisis de autoridad debemos buscarla en el interior de la familia y, sobretodo, en cómo nosotros, los padres, la estamos ejerciendo. ¿Quizás nos estamos equivocando?

¿Qué se necesita para disfrutar de una autoridad eficaz?

Algunos padres piensan que perder autoridad es irremediable. Pero la autoridad no es un don divino que se nos otorga y con él obtenemos la ciencia para decidir correctamente, el ingenio para organizar y la habilidad para ser obedecido. Y, al igual que no se nos otorga, tampoco se nos niega como si se tratara de un objeto. El grado de autoridad que tengamos los padres depende, sobretodo, de cómo utilizamos el poder que tenemos sobre los hijos, y eso nos permite aumentarla, recuperarla o perderla.
La autoridad de los padres será eficaz si reúne ciertas condiciones. La no existencia de alguna de estas condiciones puede ser la causa real de la crisis de nuestra autoridad como padres. En la medida que consigamos cumplir mejor estas condiciones, nuestra autoridad podrá recuperarse o fortalecerse. 

Lo mejor es empezar a ejercer una autoridad positiva cuando nuestros hijos son pequeños. Pero si no ha sido así, todavía estamos a tiempo. Cuanto antes cambiemos algo y mejoremos, tanto mejor.

1.    El consenso en la pareja. Que la pareja debe estar de acuerdo en relación con los objetivos y los medios educativos es algo que resulta evidente aunque a veces no es fácil de llevar a cabo. La responsabilidad como educadores, y por tanto la autoridad, es tanto del padre como de la madre, y sólo el acuerdo entre ambos permitirá progresar correctamente en la educación de nuestros hijos. Se necesitará el intercambio constante de información entre la pareja sobre cómo podemos ayudarles, normas que estableceremos, los estímulos que les proponemos.
2.    La autoridad debe ejercerse de forma participativa. Los padres debemos tratar de no imponer nada a nuestros hijos de manera despótica. Debemos proponer alternativas u opciones entre las que escoger y dejar que nuestros hijos participen en la toma de decisiones. Si somos respetuosos con nuestros hijos ellos también lo serán con nosotros. Mientras que si nos comportamos de una manera demasiado exigente mandando y obligando en lugar de sugerir y proponer, sólo  conseguiremos  desobediencia, indisciplina y rebeldía.
3.    La autoridad no debe ser aleatoria, debe apoyarse en valores y normas estables. Nada hay más destructivo que los cambios de actitud de los padres en lo que respecta a lo que es bueno o malo, lo que hay que hacer y lo que no, lo que es importante y lo que no lo es. Mandar o exigir cosas según el propio estado de ánimo o según las circunstancias es una manera muy eficaz de conseguir que perdamos autoridad sobre nuestros hijos. Si ellos observan que tus exigencias no responden a otra cosa que a tu cansancio, malhumor, etc. no se verán obligados a obedecer ni entenderán por qué deben hacerlo: “Total, espero a que se le pase el enfado y ya está”.
4.    La conducta de los propios padres debe ser coherente. Los padres deben predicar con el ejemplo. Los modos de conducta incoherentes o falsos generan sencillamente rebeldía. La siguiente escena es muy significativa: “¿Quieren dejar de gritar como salvajes maleducadoooooooos?” -Grita con todas sus fuerzas la madre a sus hijos, que están inmersos en un gran alboroto.
5.    La autoridad debe traducirse en hechos. La autoridad, además de tenerla, hay que ejercerla. Hay que tomar decisiones sobre lo que deseamos para nuestros hijos y sobre las ayudas que necesitan. Establecer, con su colaboración, las normas que revestirán el ambiente de nuestra casa. Velar por el cumplimiento de las normas establecidas y detectar los problemas de los hijos. Exigirles que cumplan su cometido y sancionar su conducta de manera positiva o negativa para ayudarles a desarrollar su propia conciencia. Necesitamos dedicación y empeño, pero nuestra autoridad para con los hijos la encontraremos en su ejercicio.

Tomado de: Solohijos.com


lunes, 16 de julio de 2018

Artículo: Seis requisitos para el diálogo con nuestro adolescente.




La verdad es que no resulta fácil hablar con nuestros hijos adolescentes,
sin embargo, eso no nos tiene que llevar a darnos por vencidos.

Están en la edad que más necesitan hablar, aunque también es el momento vital
que más les cuesta hacerlo con los padres. Por eso, seguramente seremos
nosotros los que tendremos que esforzarnos más. Vale la pena que lo
intentemos porque hay mucho en juego: nada más y nada menos que la
educación de nuestros hijos.

Quizás, tras haber evitado los errores más usuales en la comunicación con
nuestros hijos adolescentes, deberíamos tener en cuenta que este diálogo
tiene unos requisitos propios:

1.- Crear el ambiente propicio y buscar el momento adecuado.
No cuando los padres quieren, sino cuando ellos lo necesitan. No es fácil
estipular un momento al día para hablar, porque quizá “tenga que contar
algo” en el momento menos oportuno. En ese caso hay que dejarlo todo y
atenderle, porque, aunque en ese preciso instante haya cosas muy
urgentes, seguro que no hay nada más importante. Si se deja pasar la
ocasión, porque “ahora no, que estoy ocupada” o “después me lo cuentas, que tengo trabajo” habrá desaparecido para siempre. Por eso, es decisivo que sepan
que cuentan siempre con sus padres, que estamos ahí y que lo estemos
realmente.

2.- Serenidad y confianza.
Si la primera vez que un hijo nos hace una confidencia “un poco fuerte”, nos
echamos las manos a la cabeza, armamos un escándalo o lo castigamos
severamente, probablemente sea la última vez que se sincera con nosotros. Como aquel chico que, tras haber hablado con él, se decidió a decir a sus padres que el fin de semana había fumado marihuana.
Cuando su madre oyó que había fumado, comenzó a gritar de tal modo
que se quedó sin saber qué había fumado su hijo. La confianza es una
virtud recíproca, quien la otorga la recibe a su vez. No es una virtud que
se adquiere, sino que se da: la condición de todo diálogo. Si no confiamos
en nuestros hijos, si no les damos confianza, aunque nos resulte difícil e
incluso nos parezca arriesgado, nos quedaremos sin saber lo que les pasa.

3.- Aceptar sus formas.
No podemos esperar que todo funcione como una balsa de aceite. La
serenidad la tenemos que poner los adultos. Los hijos tendrán probablemente salidas de tono, levantarán la voz o discutirán apasionadamente. Pretender una conversación afable con un hijo o una hija adolescente es no entender su registro. No nos debe afectar que nos dejen con la palabra en la boca o que griten más de la cuenta. Tendemos a dar más importancia a la forma que al contenido, de esa forma malgastamos las energías en discutir sobre formalidades y perdemos una nueva ocasión para educar. Claro que también debemos educar en las formas, pero no lo conseguiremos si las perdemos nosotros.

4.- Dar razones de peso para ellos.
Mediante el diálogo se razona. No se trata de entablar batallas dialécticas,
en las que pierde el que menos grita y no gana nadie, sino de razonar y
hacer razonar. Pero eso no se consigue a base de poner sobre la mesa
buenas razones desde nuestro punto de vista, sino de presentarles razones
que tengan peso para ellos. Puede que para un adolescente “estudiar para
llegar a ser algo en la vida” no tenga tanto peso como “estudiar para poder
trabajar en lo que le gusta”.

5.- Establecer pactos.
El “regateo” puede ser una forma de conversación que da mucho juego.
Aquí hay que saber ceder en lo superficial, para “ganar” en lo esencial.
Quizá merezca la pena cambiar un corte de pelo o ir a un concierto con amigos por un domingo con la familia. La cuestión es que cuando se pacta, se produce
un compromiso y el compromiso une.

6.- Motivación dialogada.
Por último, hay que aprovechar el diálogo para dar criterios a los hijos.
No se trata de hacer de cada conversación un sermón o una reprimenda,
que generalmente no sirve para nada, porque el hijo ya está sobre aviso.
Los típicos sermones o broncas se parecen a esa tormenta que, como se ve
venir, nos da tiempo a refugiarnos o a llevarnos el paraguas: te puedes
mojar la primera vez, pero no las sucesivas. Siguiendo con el símil, las
conversaciones con los hijos adolescentes no deberían ser tormentosas
sino como un fino “calabobos” que no logra alarmarnos lo suficiente como
para buscar un refugio o sacar el paraguas pero que acaba mojándonos.
Ese “chirimiri” continuo permite que los padres podamos ir sembrando
valores y criterios en nuestros hijos. Se trata en definitiva de estar siempre
dispuestos al diálogo, no a echar sermones con motivo de las calificaciones trimestrales, la ropa o la música que escuchan. En todo momento debemos procurar transmitir optimismo.

Quizás es lo que más necesitan en la etapa vital que están viviendo. Si somos unos padres gruñones que sólo sabemos quejarnos por todo, que siempre
estamos “rayando” con lo mismo, que somos incapaces de ver lo positivo
de sus cosas, seguramente estaremos levantando sin querer un muro que
intercepta toda comunicación.

Algunas expresiones que usamos demasiado a menudo como: “Estoy harta
de ti”, “eres incapaz de hacerlo”, “aprende de tu hermano”, “me matas a disgustos”... no propician el diálogo, sino todo lo contrario. Mejor adoptar una actitud optimista y decir cosas como: “Estoy seguro de que eres capaz de hacerlo”, “estoy muy orgullosa de ti”, “noto que cada día eres mejor”,
“tú lo lograrás”... Seguro que hablamos más con nuestros hijos porque
encuentran en nosotros “unos padres con los que se puede hablar”.


Tomado del libro “Es que soy adolescente...y nadie me comprende” 
Autor: Pilar Guembe y Carlos Goñi. 
Editorial: Desclée



lunes, 9 de julio de 2018

Artículo: Cómo enseñar a los niños a no hostigar, acosar o “bulear” a los demás.



Puede resultar impactante y molesto enterarse de que su hijo se enredó en problemas por meterse con los demás o por ser catalogado como hostigador (buleador)
Aunque pueda parecer difícil procesar esta novedad, es importante actuar de inmediato. Ya sea que el hostigamiento sea físico o verbal, si no se detiene, puede dar lugar a una conducta antisocial más agresiva e interferir con el éxito de su hijo en la escuela y su capacidad para entablar y sostener amistades.
Cómo interpretar el comportamiento hostigador
Los niños hostigan o “bulean” por muchas razones. Algunos lo hacen porque se sienten inseguros. Meterse con alguien que parece más débil en el aspecto emocional o físico hace que se sienta más importante, popular o al mando. En otros casos, los niños hostigan porque simplemente no saben que es inaceptable meterse con otros niños que son diferentes en cuanto a tamaño, apariencia, raza, religión, actuación o preferencias.
En algunos casos, el hostigamiento es parte de un patrón continuo de conducta desafiante o agresiva. Es posible que estos niños necesiten ayuda para aprender a manejar la ira, el daño, la frustración u otras emociones fuertes. Quizás carezcan de empatía y de las habilidades que se necesitan para cooperar con los demás. El asesoramiento profesional a menudo puede ayudarlos a aprender a manejar sus sentimientos, reducir el hostigamiento y mejorar sus habilidades sociales.
Algunos niños que hostigan y acosan a otros en la escuela y en lugares donde se encuentran con pares copian las conductas que ven en el hogar. Los niños que están expuestos a interacciones agresivas y desagradables en la familia a menudo aprenden a tratar a los demás de la misma manera. Y los niños que son víctima de burlas aprenden que el hostigamiento puede significar tener el control sobre niños que parecen débiles.
Cómo ayudar a los niños a dejar de acosar a otros
Dígale a su hijo que el acosamiento/”buleo” es inaceptable y que, si el comportamiento continúa, habrá consecuencias graves en el hogar, la escuela y la comunidad.
Intente comprender por qué su hijo se comporta de esa manera. Como fue mencionado anteriormente, en algunos casos, los niños hostigan a otros porque se les hace difícil manejar sentimientos fuertes como la ira, la frustración o la inseguridad. Y en otros casos, no han aprendido a solucionar conflictos de manera cooperativa ni a comprender las diferencias.
Al buscar los factores que influyen en la conducta de su hijo, considere primero qué sucede en el hogar. Los niños que viven expuestos a gritos, insultos, menosprecio, críticas duras o ira física de un hermano, padre o cuidador pueden imitar esa conducta en otros entornos.
Es natural y común que los niños peleen con sus hermanos en el hogar. Y a menos que exista un riesgo de violencia física, resulta conveniente no involucrarse. Sin embargo, controle los insultos y los altercados físicos, y hable con cada niño regularmente sobre lo que es aceptable y lo que no.
Es importante controlar también la conducta propia. Fíjese cómo les habla a sus hijos y cómo reacciona a sus emociones fuertes cuando ellos están cerca. Habrá situaciones que requieren disciplina y críticas constructivas. Pero no deje que eso derive en insultos ni acusaciones. Si no está contento con la conducta de su hijo, destaque que es eso lo que su hijo debe cambiar y que confía en que puede lograrlo.
Si su familia está atravesando un acontecimiento estresante que usted cree que puede haber contribuido a que su hijo adoptara una conducta acosadora y/o para ayudar a su hijo a dejar de hostigar a los demás, hable con los maestros y orientadores escolares para que le brinden su ayuda  en identificar las situaciones que dan lugar al hostigamiento y le den asistencia.
Posiblemente el médico también pueda ayudar. Si su hijo tiene antecedentes de discusiones, resistencia y problemas para controlar la ira, considere que lo evalúe un terapeuta o profesional de la salud conductual.
Aunque puede sonar difícil y frustrante ayudar a que un niño deje de hostigar a los demás, recuerde que la mala conducta no cesa por sí sola. Reflexione sobre el éxito y la felicidad que desea que sus hijos encuentren en la escuela, el trabajo y las relaciones durante la vida, y sepa que frenar el acosamiento, es acercarse a esos objetivos.
Tomado  y adaptado de KidsHealth.org