jueves, 21 de diciembre de 2017
lunes, 18 de diciembre de 2017
Artículo: La participación de los adultos en alcoholización de nuestra juventud.
He escuchado y sigo escuchando de boca de adultos supuestamente responsables — ciudadanos honrados con cuentas bancarias, responsabilidades financieras y familiares, títulos universitarios y buenos empleos, personas que rezan antes de irse a dormir y van a la iglesia los domingos — el siguiente estribillo: “Yo a mis hijos les enseño a beber.” Y siempre me he preguntado en qué consiste ese pensum. ¿Cubren todo tipo de bebidas alcohólicas? ¿Hay exámenes? ¿Con qué notas se pasa? ¿Con qué notas se queman? ¿Cómo es la clase? ¿Tipo conferencia, taller, laboratorio, o una combinación de las tres?
De una cosa estoy segura: las clases no están surtiendo efecto. O bien estas madres y padres maestros necesitan revisar sus técnicas, o la clase per se es una mala idea. La evidencia está a la vista de todos: pre adolescentes y adolescentes que deben ser hospitalizados por intoxicación; quinceañeros borrachos alardeando de su borrachera; fiestas escolares en casas de familia en donde los padres anfitriones ponen a disposición de sus invitados gran variedad de bebidas alcohólicas; fiestas de promoción de reconocidos colegios donde las mismas madres delegadas se ocupan de conseguir el alcohol que consumirán sus hijos; las fatalidades de tránsito, las adicciones, las promesas truncadas.
La razón que esgrimen estos pedagógicos adultos para suministrar alcohol a sus hijos e hijas menores de edad es un absurdo capital: “No se lo podemos prohibir, porque lo harán como quiera. Para que lo hagan en la calle, mejor que lo hagan en la casa”. Se me ocurren otras muchísimas cosas que no le podríamos prohibir a nuestros hijos e hijas bajo el pretexto de que lo harán como quiera una vez estén en la calle: pasarse los semáforos en rojo, copiarse en un examen, vandalizar la propiedad pública, irrespetar la propiedad privada, contratar los servicios de prostitutas, resolver las diferencias recurriendo a la violencia verbal o física, ignorar los deseos de una chica que repetidamente te ha dicho que no… ¿Les enseñamos en casa cómo hacer todas estas cosas ya que, potencialmente, igual las harán en la calle?
Por supuesto, están los padres que rehúsan meterse en tantos jardines y se justifican más simplemente: “Siempre ha sido así, es lo normal aquí”. Tristemente, lo normal también es tirar basura en la calle, golpear a tu pareja sentimental, y acosar a las mujeres que caminan solas por la vía pública.
Nuestro país está alcoholizado y los mayores responsables son los padres y guardianes que han contribuido a normalizar el consumo de bebidas alcohólicas entre menores de edad. No existe fiesta de 15 años, reunión juvenil, juntadera, ágape, y kermés que pueda siquiera ser concebida sin la presencia de por lo menos cerveza. Comercios y expendios de todo tipo venden bebidas alcohólicas a menores de edad sin el menor reparo, un crimen por el que nadie vela y que no se castiga. Los medios, las familias, los padres, muchos centros educativos, la sociedad, en suma, se ha rendido ante la idea de que divertirse, de que pasarla bien, son equivalentes a beber alcohol.
Quizá lo que no entienden los padres y madres que les “enseñan a beber” a sus hijos es que no sólo los inician en el consumo de una sustancia que ocupa el puesto número siete entre las drogas más adictivas que existen — más adictiva que las benzodiazepinas y las anfetaminas normales, y un poco menos adictivo que los barbitúricos y el crystal meth — sino que contribuyen de manera importante a perturbar el desarrollo del cerebro de sus hijos, lo cual no termina en la adolescencia, sino que continúa bien entrada la joven adultez.
De acuerdo con la Academia Americana de Pediatría, el consumo de alcohol por jóvenes es una preocupación de salud pediátrica. Ha sido científicamente comprobado que el consumo de alcohol a temprana edad está asociado a futuros problemas relacionados con el alcohol. Datos recabados por el National Longitudinal Alcohol Epidemiologic Study demuestran que el predominio de la dependencia alcohólica y el abuso del alcohol exhibe una disminución a medida que aumenta la edad del primer consumo. Jóvenes que empiezan a consumir alcohol a los 12 años y antes, muestran un 40.6 por ciento de predominio de dependencia alcohólica de por vida, mientras que para los que consumen alcohol a partir de los 18 años el predominio será de 16.6 por ciento. A partir de los 21 años el predominio disminuye a 10.6 por ciento.
Igualmente, el predominio de abuso del alcohol de por vida es de 8.3 por ciento para aquellos que comenzaron a consumirlo a los 12 años y antes, 7.8 por ciento para los que empezaron a consumirlo a los 18 años, y 4.8 por ciento para aquellos que empezaron a consumirlo a los 21 años.
A la vista de estos números, la actitud de muchos adultos frente al consumo de alcohol de sus hijos pasa de ser irresponsable e ignorante, a letal y delictiva. Que el alcohol se haya enquistado en muchas de nuestras prácticas culturales no lo hace menos dañino, y ciertamente no lo transforma por arte de magia en un agente inocuo e inofensivo. Al contrario: mientras más “normal”, “cultural”, e “idiosincrático” se le considere, más fácilmente podrá entrar en las vidas de nuestros hijos e interrumpir su buen desarrollo y su crecimiento.
Como sociedad siempre estamos prestos a corregir aquellos elementos de nuestro entorno que van en detrimento del buen orden de las cosas y de nuestra felicidad. El abuso del alcohol, sembrado en nuestros ciudadanos desde temprana edad precisamente por aquellos que están llamados a velar por su salud, es uno de estos elementos que ameritan revisión y corrección.
Nuestros hijos e hijas no necesitan “aprender a beber”; lo que necesitan es información confiable sobre los efectos del alcohol en sus cuerpos, articulada en el lenguaje de la prevención. Mucho cuidado la próxima vez que sientas la tentación de “enseñar a beber” a tu hijo o hija, porque lo más probable lo único que logres es condenarlos a los problemas que pretendías evitar.
Por Wara Gonzalez M. Ed.Educadora, Directora General del colegio Kids Create y American School of Santo Domingo
jueves, 14 de diciembre de 2017
lunes, 11 de diciembre de 2017
Artículo: Piensa dos veces antes de publicar algo sobre tus hijos en las redes sociales.
Recientemente, un grupo de investigadores universitarios pidieron a padres e hijos que describieran las reglas que, según ellos, las familias deberían cumplir en su relación con la tecnología.
En la mayoría de los casos, los padres e hijos estuvieron de acuerdo: no manejar y enviar mensajes al mismo tiempo; no estar en línea cuando alguien quiere hablar contigo. Pero hubo una regla sorprendente que los niños deseaban, pero que sus padres mencionaron mucho menos: no publiques nada sobre mí en las redes sociales sin preguntarme primero.
Por ejemplo: fotos de ellos mientras están dormidos en el asiento trasero del auto o comentarios sobre sus líos con la tarea. No. ¿Esa foto de la victoria después del partido de fútbol? Tal vez. ¿Que escribas con frustración acerca de la pelea que acaban de tener acerca de lavar la ropa? Ni pensarlo.
Las respuestas revelaron “una desconexión muy interesante”, dijo Alexis Hiniker, estudiante de postgrado en diseño enfocado a los seres humanos e ingeniería en la Universidad de Washington, quien dirigió la investigación. Ella, junto con investigadores de la Universidad de Michigan, estudiaron a 249 parejas de padre-hijo distribuidas a lo largo de 40 estados y hallaron que mientras los niños con edades entre los 10 y 17 años “estaban realmente preocupados” acerca de la forma en que sus padres compartían en línea la vida de sus hijos, los padres lo estaban mucho menos. Aproximadamente, tres veces más niños que padres pensaron que debería haber reglas acerca de las cosas que los padres comparten en las redes sociales.
Sitios como Facebook e Instagram se insertan en el mundo de las familias actuales. Muchos, si no la mayoría de los nuevos padres, publican imágenes de su recién nacido en línea durante la primera hora de su nacimiento y algunos padres crean cuentas de redes sociales para los niños: a menudo para compartir fotos y noticias con la familia, aunque ocasionalmente lo hacen para buscar la “instafama” para sus hijos e hijas, a quienes fotografían con atuendos a la moda.
Ahora que los primeros bebés de Facebook (que se creó en 2004) todavía no son adolescentes y los niños elegantes de Instagram (que inició en 2010) apenas están en la escuela primaria, las familias están comenzando a explorar la cuestión de cómo se sienten los hijos acerca del registro digital de sus primeros años. Pero como lo sugiere este estudio, por pequeño que sea, cada vez es más claro que nuestros hijos se convertirán en adolescentes y adultos que quieren controlar sus identidades digitales.
Stacey Steinberg, profesora y directora asociada del Center on Children and Families en el Levin College of Law de la Universidad de Florida, dijo que “conforme estos niños maduren, estarán viendo la huella digital que dejó su infancia. La mayoría de ellos estará bien pero algunos podrían verlo como un problema”.
Algunos niños y adolescentes cuestionan las cosas que se comparten tanto del pasado como del presente. “De verdad me desagrada cuando mis padres publican fotos mías en sus cuentas de redes sociales, en especial, después de descubrir que algunos de mis amigos los siguen”, dijo Maisy Hoffman, de 14 años, estudiante de octavo grado que vive en Manhattan. “Quien me preocupa más es mi papá. No siempre pregunta si puede publicar cosas, así que de inmediato me alejo cuando va a tomar una foto y le pregunto si la va a publicar. O, si no, me doy cuenta después porque un amigo vio algo mío en su Instagram y entonces tengo que pedirle que lo borre.
Otros padres también pueden representar un problema para los niños que prefieren controlar cómo aparecen en línea. Wendy Bradford, madre de tres niños que asisten a la escuela primaria en Manhattan, dijo que cuando varios padres tomaron fotos durante un viaje al zoológico para los niños de tercer grado, su hija “se escondió cuando vio los celulares porque no quería que se publicaran fotos de ella en Facebook”.
Isabella Aijo, de 15 años, que cursa el segundo año de la preparatoria en Natick, Massachusetts, dijo: “Definitivamente conozco gente cuyos padres publican cosas que desearían que no fueran públicas. Había una chica en mi clase, en octavo grado, y su madre le abrió una cuenta de YouTube en cuarto grado para presumir cómo canta”.
Esas primeras publicaciones de los padres no solo permanecen en línea, sino también en la memoria de nuestros hijos, y puede que los temas no nos parezcan potencialmente bochornosos. El hijo de una amiga (que me pidió no usar su nombre) aún le reclama cosas que escribió acerca de su forma quisquillosa de comer cuando era más chico… hace años, dice ella.
En nuestra casa, a veces veo que mi hijo, de 14 años, titubea cuando saco la cámara durante un momento ridículo, pero tenemos una regla:
No se comparten imágenes de nadie sin su permiso, jamás.
Esa confianza significa que yo puedo tomar fotos, y él puede mantener intacta su identidad digital, sin importar qué forma le quiera dar más adelante.
Tomado de: The New York Times. com
jueves, 7 de diciembre de 2017
lunes, 4 de diciembre de 2017
Artículo: Cómo motivar la lectura en los niños según Ismael Cala
Por Ismael Cala: Periodista, escritor, productor y presentador.
A
pesar del desarrollo de las redes sociales y los medios electrónicos de
comunicación, considero que el libro sigue siendo un arma esencial para la
cultura y la educación humana.
La nobleza y la relevancia de un libro nunca formarán parte del pasado. No
importa que algunas mentes adormecidas por la tecnología lo consideren un
objeto anacrónico, solo con valor museístico.
Fomentar el hábito de la lectura se convierte hoy, más que nunca, en una tarea
impostergable sobre todo en edades tempranas. Incluso, cuando no hayan
aprendido a leer.
¿Cómo?.
Leyendo para ellos.
Hoy
comparto contigo algunas técnicas que motivarán al niño y, a la vez, permitirán
que cuando le leamos, lo hagamos de una manera más entretenida y provechosa.
*
Leerle diariamente y en voz alta, pero con medida, sobre todo antes de dormir.
*
Permitir que el niño tome el libro en sus manos y que él mismo cambie de páginas
si lo desea.
*
Leer con emociones, interpretara los personajes, utilizar gestos y aprovechar
los sonidos onomatopéyicos ("bum", "pam",
"clic"…)
*
Si el niño ríe, esperar a que termine para continuar con la lectura.
*
Permitir, dentro de lo posible, que seleccione la historia que desea escuchar.
*
Hacerle preguntas sobre la historia, para tener una idea de su nivel de
comprensión, y a la vez, estar preparado para responder cualquier pregunta.
*
Comparar la historia y los personajes del libro, cuando sea posible con la vida
real, con el ambiente que le rodea: personas conocidas, familiares y hasta con
mascotas.
*
Explicarle la puntuación. Si ya el niño es capaz de leer, hacerlo juntos, un
rato cada noche.
Günter Grass, premio Nobel en Literatura y autor del clásico: “El tambor
de hojalata”, comparte con nosotros una bella idea: “No hay espectáculo más
hermoso que la mirada de un niño que lee”. Para lograrlo, estamos en la
obligación de promover entre los menores el hábito de la lectura; por supuesto,
sin pretender aislarlos del andamiaje tecnológico de estos tiempos.
www.ismaelcala.com
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